por Diego García Weber
Cartel
promocional de la película "Tiburón" ("Jaws"). © 1875
Universal Studios. Vía www.huffingtonpost.com
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¿Por qué existen depredadores tan letales como el tiburón blanco?
Seguro que más de uno se lo ha pensado dos veces antes de darse un chapuzón en la playa después del visionado de la película “Tiburón”, dirigida por Steven Spielberg. Aun sin pecar de alarmismo exacerbado, salta a la vista que los grandes depredadores como el tiburón blanco son letales máquinas de matar. ¿Pero por qué? ¿Qué les hace tener ese terrible instinto homicida que tantas pesadillas provoca a niños y no tan niños? ¿Tienes los tiburones un sexto sentido?
Podríamos buscar una respuesta adentrándonos en los intrincados vericuetos de la psicología animal, pero es mucho más sencillo abordar esta cuestión desde la perspectiva del animal en relación con el entorno en el que le ha tocado vivir en la lotería evolutiva. Es decir, que explicaremos el comportamiento de este pez cartilaginoso desde un punto de vista ecológico (Eco=Oikos, casa en griego. Logía, ciencia. La ciencia que estudia la casa, es decir, los seres y el entorno en el que medran).
Parafraseando a Ortega y Gasset, el tiburón es él y su circunstancia. El tiburón blanco (Carcharodon carcharias), auténtico “cachas” del océano, es muy voluminoso, gasta mucha energía y tiene que comer lo suficiente como para compensar todo el esfuerzo que invierte en buscar presas y engullirlas. ¿Cómo consigue hacerlo? Muy sencillo, simplemente cazando animales de tamaño relativamente grande. Así, una presa de grandota como un delfín, le permite rellenar el depósito energético y tirar durante bastantes kilómetros.
Sobre la faz de la tierra, tiburones blancos hay bastante pocos, comparado con la abundancia de otros animales de menor tamaño. Esto se debe a que mantener un tiburón vivito y coleando le cuesta muy caro energéticamente a la madre naturaleza. Resulta que si consideramos una cadena alimenticia, según vamos subiendo de nivel –o según el pez grande se va comiendo al pez chico-, mucha de la energía presente en los animales no se transfiere de manera íntegra a los niveles siguientes, si no que se pierde en forma de calor. Es lo mismo que sucede con un aparato eléctrico que, además de realizar la función para la que está diseñado, se calienta.
Esta transferencia incompleta de energía de un nivel trófico al siguiente implica que cada vez habrá menos cantidad total de energía para mantener a animales vagabundeando por ahí, lo cual hace que la cantidad de individuos existentes sea menor. Esta tendencia se ve amplificada por el hecho de que, con el salto de un nivel a otro, los animales “de arriba” deberán ser más grandes que los “de abajo” para así poder zampárselos.
Fuente: www.vistaalmar.es |
Visto el panorama, al tiburón blanco no le quedaba otro truco evolutivo que especializarse en comer animales grandes y de manera muy certera. Para ello, a lo largo de millones de años, se ha ido dotando de un arsenal fisiológico muy eficaz para la caza y captura.
Por un lado, la forma hacia la que ha tendido a evolucionar el tiburón blanco es muy hidrodinámica. Esto quiere decir que, al igual que un torpedo de submarino, ofrece muy poca resistencia al desplazamiento del agua. A esto se suman sus potentes músculos y su esqueleto cartilaginoso, que al pesar menos que el hueso, le da mayor ligereza en sus merodeos acuáticos.
Por otro lado, desde un punto de vista sensorial, al igual que la mayoría de peces, el tiburón blanco posee una línea lateral que le permite sentir los cambios en la presión y la corriente del agua que le rodea y así orientarse mejor. También, tiene un sentido del olfato muy desarrollado capaz de detectar una concentración de hemoglobina ínfima y así seguir con extrema precisión el rastro de una presa herida. Además, su vista puede adaptarse a un amplio rango de intensidades lumínicas gracias a un sistema autoajustable de células claras y oscuras presentes en la retina. Así, el tiburón blanco es capaz de detectar presas potenciales y desplazarse hasta ellas de manera muy eficaz.
Ahora, los tiburones poseen un sistema estrella que le permite asestar el golpe de gracia a sus presas: la electrorrecepción. ¿En que consiste este “sexto sentido”? Pues bien, lejos de ser un sentido que les permita adivinar el futuro o comunicarse con sus antepasados marinos, la electrorrecepción se basa en la detección de campos eléctricos presentes en las proximidades del hocico, como aquellos generados por los seres vivos. En efecto, en los laterales de éste existen unas estructuras en forma de poro denominadas ampollas de Lorenzini –en honor a su descubridor, Stefano Lorenzini- que tienen un umbral de detección eléctrica muy bajo, del orden de la millonésima de voltio. Para que nos hagamos una idea, una pila de Game Boy genera una tensión eléctrica... ¡100.000 veces más potente!
Poros de las ampollas de Lorenzini en el morro de un tiburón tigre. Vía Wikimedia Commons. Algunos derechos reservados (CC) |
Así, con este preciso GPS de la caza con el que vienen de serie, los tiburones rara vez fallan su mordisco...
... En ocasiones veo tiburones...
Escena de la película "El sexto Sentido". © 1999 Buena Vista Pictures Distribution. Vía wheresthejum.com |
Bibliografía:
- Colinvaux, P. 1986. Por qué son escasas las fieras. Hermann Blume.
- Hickman et al. 2009. Principios Integrales de Zoología.(14ª ed). Mc Graw Hill.
- Douglas Fields, R. 2007. Electrosensibilidad en los tiburones. Investigación y Ciencia, 373: 48-55.
- Hamlett, W. H. 1999. Sharks, Skates and Rays: The biology of elasmobranch fishes. The Johns Hopkins University Press
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